La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, se celebró la ciudad de Aparecida, Brasil, allí se analizaron conscientemente la misión de la misión dela iglesia de ir y hacer discípulos en todo el mundo, por ello los obispos de esta región del mundo se han propuesto dar un gran impulso misionero, ya que esta es una región privilegiada que cuenta con un buen número de sacerdotes, fieles, laicos comprometidos, religiosos, religiosas que sin duda han conocido la buena noticia y la han hecho vida en sus vidas.
En la primera parte del documento conclusivo, se ve claramente la vida que tienen los pueblos de América Latina en la actualidad, se evidencia que hay mucha alegría en ser Discípulos y misioneros de Jesús: ”vivieron la historia de su pueblo y de su tiempo y pasaron por los caminos del Imperio Romano, sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza; el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida”[1]. Esta alegría estuvo precedida por la opresión de los pueblos que conquistaron estas tierras, esta época, aunque amarga y triste, ha tenido un tinte de esperanza y en medio de las condiciones de discriminación y marginación que vivieron los pueblos americanos, se tiene la esperanza, motivo y razón de ser del hombre, esta razón es Jesucristo, su conocimiento ha transformado desde siempre la historia de los hombres y mujeres que lo aceptan y acogen en su vida.
Dado que los pueblos americanos en su mayoría han acogido la buena noticia de la salvación y que la fe en ellos ha sido parte fundamental en la vida de sus habitantes, se da gracias a Dios por todos los beneficios que ha concedido a estas tierras, por la prevalencia de sus tradiciones religiosas, por la piedad popular que todavía se tiene como parte imprescindible de la tradición antes mencionada, en general, porque “nos ha enriquecido con toda clase de bienes materiales y espirituales”(cf. Ef. 1,3).
Si bien es cierto que el discípulo de Jesús debe sentir alegría por su condición, debe evangelizar, porque como bautizado hace parte de la Iglesia y la misión de la iglesia es evangelizar, pero para evangelizar, es indispensable conocer la realidad que se vive dentro del pueblo al cual con su testimonio y con la Palabra de Dios le evangelizará. Es entonces uno de los subtemas tratados en esta conferencia; se tiene población vulnerable, indígenas, desplazados y otras personas que por ser diferentes al común de la población, han sido discriminadas, violentadas y les han violado sus derechos, sin ningún escrúpulo. Es por esto, que a estas personas hay que darles a conocer que Dios es su padre también y que aunque la justicia humana no les soluciona ninguno de sus problemas, la justicia divina siempre los acompaña y nunca los dejará solos porque el amor del Padre es muy grande y ellos no están por fuera de ese amor, y aunque el mundo los discrimine, la iglesia los incorpora en ella y debe demostrar que son importantes para ella, pues son hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo.
Al unirse este testimonio con la formación en valores que se proporciona desde la familia, se puede decir con certeza que se forma el ambiente adecuado para la primera formación del vocacionado. Este itinerario formativo, hunde sus raíces en el ambiente familiar, y prevalece en él, el llamado que Dios le ha hecho, lo indispensable es el encuentro con Jesús, éste es sin duda el inicio del itinerario formativo. Luego del encuentro, es indispensable el conocimiento del maestro. En este proceso de formación se tiene 4 etapas progresivas, que preparan al discípulo, la primera de ellas es el kerigma, “en esta etapa se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana”[2]. Es el hilo conductor, conecta el proceso del discipulado. Se debe renovar constantemente este encuentro y se debe vivir en la condición de hijo de Dios, hermano de Jesucristo y templo vivo del Espíritu Santo. Exige como se supone, un conocimiento de Cristo misionero como enviado del Padre. Ese encuentro, impulsa a conocerlo, y el conocimiento se da por medio de su palabra, pues en ella Dios se ha manifestado desde el principio hasta hoy, en ella ha prometido la salvación a su pueblo, enviando a sus profetas y a su Hijo Único, que dio plenitud a todas las cosas y que entrego su vida por la salvación del género humano. En esta palabra, se alcanza verdaderamente el conocimiento, pues “en el principio ya existía la palabra y la palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios…lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres” (cf Jn: 1, 1-4).
Posterior al encuentro, que impulsa a un conocimiento se exige una nueva condición de nueva vida, una conversión verdadera. La conversión “es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración”. A Jesucristo es imposible no seguirle, si antes se ha tenido una experiencia convincente de Él. Este proceso de seguimiento está marcado por una respuesta decidida que se debe emitir ante un llamado o una invitación hecha por el mismo Dios; este seguimiento es llamado proceso porque a lo largo de la aceptación de Cristo en la nueva vida que se inicia con el kerigma, se exige un cambio y este cambio no es más que adoptar en la vida las actitudes de Jesús, adoptar su forma de ver el mundo, su obediencia a la voluntad del Padre, su amor por la humanidad. Si se ve al mundo y a la vida con los ojos del amor ya se ha alcanzado en gran parte lo que es la conversión verdadera.
En el discipulado se evidencian que ya tocado por Cristo y su doctrina, el seguidor siente vivo cada vez más el deseo de seguirle continua y constantemente. Tomada la decisión de seguir a Cristo, se debe seguir alimentando y animando al discípulo misionero en la respuesta que ha dado de evangelizar en un mundo con mirada desafiante, este alimento sin duda es la catequesis permanente y la vida sacramental.
La vida Cristiana se desarrolla dentro de comunidades en las cuales “el discípulo participa en la vida de la iglesia y en el encuentro con los hermanos”[3]. Si se tiene clara la visión del mundo con los ojos del amor, se prolonga el servicio a los demás y la evangelización se hace más clara, así en compañía de los hermanos el discípulo entra en comunión con la Iglesia y con sus pastores.
Teniendo presente la mirada del amor que debe caracterizar al discípulo, empieza a darse un deseo de compartir con los otros lo que para Él es el centro de su vida, Jesús.
En la vida del discípulo misionero se debe tener muy presente la formación integral, que le permita anunciar la buena noticia con criterio, con propiedad y con argumentos, y debe entender que la formación discipular no termina sino que se prolonga hasta el final de la vida. Para entender esto sin caer en la rutina o en el desanimo al continuar debe tener una formación kergmatica permanente. Su formación debe articular cuatro dimensiones básicas que garantizan un equilibrio en la vida misionera.
En la dimensión humano-comunitaria el discípulo debe asumir su propia historia y debe sanarla para poder llevar así la buena noticia a las comunidades.
La dimensión espiritual mantiene una íntima relación con el kerigma, pues en ambos se busca tener un encuentro con Dios y dejarse conducir por Él en el camino discipular.
En la dimensión intelectual el discípulo se prepara para evangelizar con propiedad, criterio y argumentos sólidos. En su formación es indispensable que se tenga la formación académica o intelectual, pues con ella adquiere conocimientos que le permitirán responder a los desafíos que el mundo le plantea.
Cuando el discípulo se ha concientizado que ha sido llamado y desea anunciar a Cristo, se “proyecta a formar discípulos misioneros al servicio del mundo”[4] desea así que los demás vivan la experiencia que él ha vivido con Cristo buen Pastor, despertando inquietud en los alejados del Señor.
Estas cuatro dimensiones van orientadas por la catequesis permanente que acompaña la fe ya presente en la religiosidad popular que ha sido fomentada en el seno de las familias cristianas que han conocido verdaderamente el mensaje de la salvación en Cristo Jesús.
Como en todas formaciones hay lugares para adquirir conocimientos, de la misma manera la formación discipular también tiene lugares propios para fomentar la correcta orientación de los discípulos misioneros. El primero de ellos sin lugar a dudas es la familia, que se constituye en un espacio fundamental en el que se enseñan los valores humanos y civiles. La familia está acompañada por la Iglesia en esta formación, principalmente en el campo de la pastoral familiar. Las parroquias son uno de los lugares donde continuamente se está brindando formación misionera y discipular, una formación que sin duda propicia un encuentro más profundo con Cristo, su palabra y su doctrina, pues en estos lugares existe una orientación organizada para los agentes de pastoral. El documento de Aparecida propone una unión de las parroquias vecinas, aprovechando la formación de la diócesis.
En las comunidades eclesiales se fomenta la comunión como uno de los aspectos más importantes dentro de la formación discipular. La integración con los hermanos y el conocimiento de Dios mediante la escucha de su palabra son fortalecidos en este tipo de comunidades. No obstante los lugares más importantes de la formación discipular son los seminarios y las casas de formación religiosa, pues en ellos se forman a los cristianos que han sido escogidos para servir a la Iglesia en lo concerniente al trabajo pastoral. Es importante aclarar que en estas casas de formación discipular se forman primero unas buenas personas y unos buenos cristianos; pues no se concibe un sacerdote que no tenga clara su condición de cristiano y de discípulo misionero.
La primera escuela de formación de un discípulo misionero escogido por Dios es la familia, pues en ella funden sus raíces los valores cristianos y morales que le permiten tener una experiencia de Dios profunda y es así como sigue a Jesucristo, consciente de su condición de hijo de Dios que quiere anunciar a los hermanos la buena noticia de la salvación.
Cristo es la vida, vida para los pueblos Latinoamericanos y razón de ser de nuestra existencia, por ello es firme la convicción de que en Él que es el camino la verdad y la vida está la plenitud de todo cuanto existe, Cristo es el motor de la misión por Él vale la pena darlo todo incluso nuestra vida para que todos los pueblos puedan conocerlo y por ende hacerse hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos vivos del Espíritu Santo. La vida de todos los que conocen a Jesús debe estar entonces regida por la luz de Cristo, la luz de la misión.
Juan David Guarín Cardona
PROPEDEUTICO
[1][1] Cf Documento Aparecida Los discípulos misioneros.
[2] Cf Documento de Aparecida el Itinerario formativo de los discípulos misioneros N 278-a.
[3] V Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe. Aparecida Brasil. Documento conclusivo N° 278-d
[4] Documento conclusivo V conferencia general del Episcopado Latino Americano y del Caribe, N 280-d
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